lunes, 23 de junio de 2014

CARTA AL DR. FRANCISCO VARGAS ARREOLA, ETERNO SOLTERO, SOBRE EL DESINTERÉS DE LA MUJER POR EL TRABAJO DEL ESCRITOR

Mi querido Dr. Francisco Vargas Arreola:

Me dormí. Los efectos de la penicilina. Me siento débil. Y es extraño: casi nunca me enfermo. Nunca me he sentido así: tan impotente, tan desamparado……
Le he dicho a Tere que a lo mejor es cáncer.

Y no ha podido contener la risa. Duró horas. También le he dicho: tres libros más: y luego morir. (Ella no quiere ni uno más). Soy un niño, me contesta acariciándome, y me lee a Rabindranath.

Tú sabes lo cooperativa que ella ha sido. Berta, tu amiga, casi no podía creer -¡energúmeno!- que transcribiera de la grabadora a la endeble página mis narraciones –marranaciones (seudopornobiográfia).

Así ha sido. Lo ha hecho, sí. Más que nada, por lealtad, por fidelidad y ternura. Por estar conmigo en esta cru X ad. Ella verdaderamente no cree en lo que digo.

Y es que te voy a decir con toda crudeza: a la mujer, a las tuyas y a l mía, nunca le ha interesado el genio. Sólo per accidens. Cuando al talento van unidos otros ingredientes poco compatibles con la genialidad como ojos-de-gato o naricita-mona-de-bola-de-billar.

Las cualidades que deben estimarse más en un hombre para lograr aspectos grandiosos artísticamente no interesan para nada a una verdadera mujer.

¿Qué le importa a una mujer que tengas talento-lento de escritor? Sí, lo que ha servido para agigantar el acervo cultural, nunca ha llamado la atención de la mujer.

Napoleón, ése gran impulsor de la cultura mundial, y que siempre es dramático para cualquier ejemplo, Napoleón, digo, era un joven fino y delgado y flexible como un venado, como corzo; luego, era redondo imperialmente; y su cabeza: de las más hermosas cabezas masculinas: tanto que ha exaltado la imaginación de pintores y escultores.

Y, sin embargo, ninguna mujer se enamoró de él: dueño del mundo y Josefina le ponía los cuernos. ¡Pobre grande hombre!

El emperador,
Como todos los usurpadores.

El genio espanta a la mujer. Tiene ella un entusiasmo fervoroso por la mediocridad. Entre ellos, entre la nada, ella nada a gusto y con entera libertad.

Le tiene despego a lo mejor. Es una fuerza que retarda: se enfrenta a la inquietud turbulenta, al afán de cambio: de revolución.

La verdadera tiranía –la más larga y la más violenta- es la ejercida por la mujer sobre el hombre. Tenacidad sin tregua. Energía sin estridencia: chinga quedito, como decía un eminente intelectual mexicano, amigo nuestro.

La mujer nunca perderá su ritmo mesurado –don’t rock the boat-, su actitud eminentemente conservadora.

Y en este Triptico Erótico has encontrado mujeres de cuerpo modelado maravillosamente; de color de carne purísimo y etéreo; de ternura: una mujer de movimientos, todos, graciosos; de todas las frases encantadoras y todos los pensamientos delicados, ¿no?

Tal parece que el Walter-Augusto-Livingston-Lee de este libro- que es uno, uno sólo, uno en el Triptico, como

en el YO, LIVINXTON, como

en la Trinidad, cobrando, empero, distintas personalidades según el lugar, las gentes, el tiempo, su status quo, pero, en fin, tal parece que el personaje persigue eternamente a una mujer dulce, de ojos de gacela, tímida y divertida, pueril y profunda, casta y voluptuosa, todo a la vez: suficientemente inteligente para admirarle y no lo suficiente para querer ser admirada. Porque lo terrible de Walter-Livingston-Stanley es que no puede vivir con la mujer ni sin ella. Un ideal, pues, la mujer……

cuando se encuentra con la verdad, Lee-Livingston como Don Juan, como Lord Byron, huye. Más la fuga no resuelve nada.

Y siempre, en el fondo, este terrible pensamiento esencial a través de toda mi obra: ¿se habrá terminado ya? La incertidumbre capital y terrible: la que se refiere a la verdadera mujer, a mi mujer, a través de la cual puedo explicarme a todas las demás sombras.

La mujer-sombra como enemiga, como te decía, Pancho, es una enemiga de los genios precisamente porque está ligada al genio de la especie.

No quiere cambios. Soy –como digo por ahí- zángano de oro: lagartija al sol: he guardado mis fuerzas para crear, para inventar. Y lo importante es el Séxito de la empresa: la presa X: la EXpresa. Y mi mujer –finalmente- por mujer precisamente, por muy mujer, no comprende muy bien mi necesidad de acción de muy hombre: de escribir.

Yo soy escritor-inventor. Ella conserva: es feliz si puede dedicarse a trabajos antiguos, milenarios, en la quietud del hogar. Soy metafísico. Mi mujer es realista. No se interesa por mis doctrinas. Toda anécdota, análisis sutil de caracteres sociales, eminente para los detalles o para el dinero. Yo: ideas generales. Vuelo y ella anda a pie y por los mismos caminos de siempre. (Y no los encuentra trillados ni le importan lo que sea, si acaso).

Me abruma, a veces, con su ternura celosa y solícita y, en ocasiones, dañina. Y ella sufre. Pero mi pasión por esta chica-normal no puede sobreponerse a mi misión de escribir con mi estirador: con mi pene, (O como Horacio: con una en el espacio). Porque si yo perdiera mi sentido creador estaría perdido. Si hiciera de mi mujer y de mi hijo el centro de mi vida, entraría en la desesperación.

Así es que ella entiende poco de eso de encerrarme en mi casa y nada más escribir, escribir, escribir. Quisiera que saliera a trabajar aunque fuera vendedor de la Casa Booker, como Stanley. El personaje de YO, LIVINXTON, el de La Joven Señora. Pero que hiciera algo cotidiano: la costumbre de llegar siempre a las 5 y levantarme diariamente a las 6…… Y sobre todo, la seguridad del diario-"diario"-ideario.

Mira, Pancho: Hace tres mil años que hay hombres que dialogan, que hablan; que enseñan con la palabra oral y escrita: que han argumentado, desde entonces, en pro y en contra del MATRIDEMONIO. Me acuerdo de Rabelais. El capítulo en que Panurgo consulta con Pantagruel sobre el matrimonio. Que mira esto: cásate. Pero mira estotro: no te cases… por horas. Recuerdo a Shelley: La ley pretende gobernar los movimientos indisciplinados de la pasión…… Y, cien años después, Shaw: si no puedo responder de mis sentimientos con una semana de anticipación, ¿cómo podría hasta el fin de mi vida?

Nada más ridículo que un filósofo casado. Pueden librarse de sus pasiones pero no de su compañera. Yo vivo repitiendo aquella frase de Jesús: "Mujer, ¿qué hay de común entre tú y yo?" a mi mujer: ahora que tengo en mis manos mi obra, mi misión…

Y la rebelión de los hombres de acción contra la tiranía del hogar:

Tolstoi huyendo de su casa. (Y sólo me inspira lástima, porque ése fue ya un acto estéril; un acto tardío; Tolstoi estaba tan viejo como yo-viejo en LA JOVEN DESNUDA) O Gauguin abandonando a su mujer e hijos para irse a Tahití.

Debilidad, claro. Solamente Goethe podía imponer respeto a su trabajo de creación. Cuando alguna trataba de alejarte de escribir, la monumentalizaba. La convertía en un personaje de alguna obra. Y así, se apartaba de ella.

Y sin embargo, Francisco, sólo mi mujer me puede volver a los valores simples y reales. Sólo esta abeja constante y tenaz puede retornar a la colmena a este zángano aurífero.

Yo creo en el matrimonio. Creo en un matrimonio dinámico. Los amores se deshacen, las paredes se derrumban. Es siempre necesario restaurar unos ladrillos de la fachada; acabar con una interpretación falsa. Porque siempre es preciso reconstruir. Todo lo humano es efímero.

Y Teresita es cortés e indulgente. Y respetuosa en grado sumo a mis inclinaciones. Quizás yo quisiera más, pero, por lo pronto, es suficiente, ¿no? La cuestión ha sido reconocer que somos distintos tanto intelectual como moralmente. (Yo soy amoral). Y así, yo que me ha propuesto ex-presar bien los enmarañados amañados-arañados-engañados asuntos humanos,estoy contento de tener a mi lado un alma inteligente, atenta, cortés, gentil, discreta y dulce. Que todo eso es Teresita.

Lo importante es que yo la quiero y le soy FIEL. Jamás he vuelto a tener una relación amorosa con otra mujer desde que me casé con ella hace tres años.


























































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