lunes, 5 de enero de 2009

Sergio Magaña escribe sobre Tríptico Erótico















EL INMORTAL SERGIO MAGAÑA ESCRIBE EN LA CULTURA DE HOY“EL DÍA”, EL 24 DE NOVIEMBRE DE 1971, “LÍVINGSTON RENIEGA DE SU OBRA”

YO LÍVINGSTON, LA PIEDRA VIVA…

Un nuevo libro del joven escritor Lívingston Denegre-Vaught, quien escandalizó hasta el horror a las buenas conciencias con su Tríptico Erótico, lanza ahora un segundo y al hacerlo entona un mea culpa, convencido de que por ese camino no se llega a la cima de la literatura.

Su pública confesión concentró un buen número de personas, personitas-personajes-personalidades que escuchamos su larga exposición.

En su conmovedor discurso pudimos darnos cuenta de:

1.- Está muy enojado porque tiene ya 31 años y se siente ya en un interregno alejado de los adolescentes y sin acabar de identificarse con la “momiza”, aun que afirma que está tan envejecido que ya empiezas a admirar a los cuarentones.

2.- Está muy enojado porque pese a sus esfuerzos de crear un nuevo lenguaje—alrededor del sexo, por supuesto—ha venido a descubrir que las malas palabras aburren y el erotismo es tan viejo como la humanidad, por lo que ambos ingredientes sólo asustan y traumatizan a algunos que no se han enterado todavía ni de que están vivos, mucho menos de la época en que viven. Los desnudos ya no espantan a nadie.

3.- Está muy enojado (en parte tiene razón) porque buscaba sacudir un mundo que se siente indiferente, frío, temeroso de la emoción, de la entrega, marginado de los grandes problemas, aunque esté muy informado.

En síntesis: Lívingston Denegre-Vaught es un joven enojado consigo mismo y con el mundo. Pero hay que reconocer que si esta pública confesión y la simbólica quema de unos cuantos ejemplares hubiera sido programada con fines meramente publicitarios—había que ver la sonrisota de Costa Amic—hubo momentos en que se traicionó y fue sincero.

Con sus 31 años a cuestas sigue siendo un rebelde. Se confiesa culpable y contrito; se integra al stablishment pero se desborda su sarcasmo cuando hace—o intenta hacer—suya la definición oficial de la cultura, formulada por José Luis Martínez. Se confiesa narcisista, como es obvio, sigue siéndolo, y consciente de su talento anuncia la búsqueda de nuevos caminos, aunque no pierde la costumbre de querer asustar aún a los más jóvenes al proclamar su admiración rendida por su padre.

El libro, bien presentado, y con grandes innovaciones tipográficas, ilustrado magníficamente—con desnudos—será un éxito. ¿Lo suficientemente gratificador para el escrito? Creemos que no. Que habiéndose dado a conocer, está en la posición que le obliga a buscar y a encontrar los caminos que le lleven realmente a aportar algo, no con los valores tradicionales, a los que tan irónicamente ensalzó, sino con auténticos valores humanos.

Su mea maxima culpa fue también un canto al amor, a la alegría y a las ganas de vivir.

Ya el tiempo dirá si los pecados confesados fueron expiados y en la expiación descubrió un nuevo mundo: el suyo, el real y contemporáneo.










SERGIO MAGAÑA.














Sergio Magaña (1924-1990), es uno de los pilares de la dramaturgia mexicana, parte de esa histórica generación de escritores del medio siglo a la que también pertenecen Emilio Carballido, Luisa Josefina Hernández, Miguel Guardia, Jorge Ibargüengoitia, Olga Harmony y Jaime Sabines
Sus inicios en la literatura fueron marcados por la novela “Los suplicantes” que data de 1942. A Magaña se le puede considerar de los autores más polifacéticos, rebaso la creatividad literaria, escribiendo varios de géneros, de las primeras comedias modernas: “Rentas congeladas” (1960) y “El mundo que tú heredas” (1979); de las primeras incursiones mexicanas del llamado teatro de hechos o documental: “Los motivos del lobo” (1965) y del primer texto dramático mexicano con trama policiaca: “El pequeño caso de Jorge Lívido” (1958). Otros de sus grandes textos dramáticos son “Cortés y la Malinche” (1967) y “Santísima” (1980).
Su producción teatral es un muestrario de creatividad que va desde el más importante fresco urbano (Los signos del zodíaco) a la primera gran tragedia del teatro mexicano (Moctezuma II, una exploración de la tragedia mexicana desde su raíz), a la sátira histórico-política (Las argonautas, Cortés y La Malinche) y a la comedia, donde incursionó con “Ensayando a Moliere” (1966). Dentro del teatro infantil exploró -junto con Carballido, amigo, cómplice y “contlapache”, como el mismo autor decía- el difícil arte para los niños con “El viaje de Nocresida” (1953).
“Su teatro es realista, pero no costumbrista. Analiza la realidad, siguiendo al otro gran maestro, Usigli, es decir, con la base de los métodos del pensamiento moderno: sicología, sociología, antropología, marxismo, lingüística…”, Moisés Palacios, investigador.
En el año de 1946, unido a Emilio Carballido, Jaime Sabines, Luisa Josefina Hernández, Rosario Castellanos y Rubén Bonifaz Nuño, forman la sociedad literaria Atenea, que tiempo después se convirtió en el Grupo Teatral de Filosofía y Letras. Esa compañía montó, en 1947, “La noche transfigurada” y un año más tarde, “La triple porfía”.
Es aquí –explica Palacios–, donde toma el camino del teatro y del pensamiento escénico del que surgiría la antropología del teatro mexicano moderno, ése que no siempre necesitó de un espacio teatral como tal para manifestarse, pues le bastaba un estudio, la sala de una casa o la recámara del propio Magaña para existir.
A finales de los cuarentas tomó clases con su admirado “irredento”, por su método draconiano, Seki Sano y con Rodolfo Usigli, quien no soportó la insolencia milenaria de Magaña y lo corrió de sus clases.
Ya consagrado como dramaturgo escribió su primera gran obra naturista: “Los signos del zodiaco”, (1951), un drama en tras actos con música incidental de Blas Galindo y escenografía de Julio Prieto, que fue estrenada por Salvador Novo en el Palacio de Bellas Artes. Desde ahí, el autor michoacano se convirtió en un dramaturgo ambicioso y trascendental, un clásico de nuestro teatro.
De esta obra, Magaña diría: “Está llena de ambición y deberá revolucionar el teatro mexicano. Lleva el mensaje que yo quise y las palabras que yo siento. Es realista, pero no verista. Es mexicana pero no local y, si como creo, logré mis intenciones, no será una obra temporal sino que se colocará más allá de nuestros días. Aspira también, por pretensión muy comprensible a mis años, a colocarse entre las obras del teatro universal”.
Dramaturgo por vocación; crítico teatral, maestro, burócrata, guionista, jurado de concursos y otros mil empleos, Sergio Magaña –nacido en Tepalcatepec, estado de Michoacán, donde fue declarado Hijo Predilecto en 1971- fue un artista polifacético e innovador que incursionó en los terrenos de la narrativa, la crítica, la composición musical y, sobre todo, el teatro…
En homenaje a su trayectoria y aportación, el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y su Coordinación Nacional de Teatro le rindieron el pasado 27 de abril, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, un homenaje donde se presentó el libro “Una mirada a la vida y obra de Sergio Magaña 1924-1990”, escrito por Rodolfo Obregón, Director del CITRU. Además, se llevó a cabo la mesa redonda “Sergio Magaña: Actitud multidisciplinaria en el arte escénico”, donde participaron Germán Castillo, Mauricio Jiménez, Virginia Gutiérrez y Angelina Peláez.
“Maestro de maestros, artista eterno muy a pesar de él mismo y fundamento basal del edificio del teatro mexicano, Sergio Magaña es muy a su pesar y muy a nuestro favor y fortuna, presencia total en la cultura sempiterna de México, exhibiendo para siempre la realidad teatral del ser humano”.

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